sábado, 20 de junio de 2009

Trompeta conoce piano, trompeta se enamora de piano:

Este es uno de los textos que escribí a mediados del curso de escritura creativa en el Hotel Kafka. Con el tiempo espero poder observar una mejoría considerable en los que vaya haciendo. Ya me contaréis.


Trompeta conoce piano, trompeta se enamora de piano...

Trompeta:

La noche era extrañamente cálida en Londres, o quizás fuera yo el que la templaba tocando. Las notas salen por tu extremo como un goteo de té, confortante y familiar. Mis huellas digitales plasman las pruebas del delito sobre tus pistones. Uno tras otro se doblegan a la presión de mis dedos creando un blues que baila con el viento, con la oscuridad, con la ciudad. Sólo estoy empezando, a medida que toco cada nota nace con mayor naturalidad como si siempre hubieran estado ahí, sonando en el silencio. Cada vez pienso menos qué debo hacer y ya no soy yo el que toca, eres tú quien ha tomado el control, ahora soy sólo el medio por el que te expresas. Mis dedos ágiles y desvergonzados están poseídos. Mi saliva comienza a asomar por tu extremo de vórtice y gotea desde la dorada piel de metal hasta el suelo. Mi mano izquierda, moviéndose como si fuese de otro, a miles de kilómetros de aquí, imprime un movimiento, al principio suave y después intenso, rítmico y descontrolado a la deslizante vara de acorde. Mis manos, mis brazos, mi boca y mis pulmones ya arden y lleno la noche verde y amarilla con tus gritos de latón. Poco a poco primero y de repente después te calmo y me duermo.


Piano:

Al principio creí que habías elegido tú, híbrido de cuerda y percusión, que era cosa tuya, pero esta mañana miro mis dedos, hechos para tocarte a ti, mi sentido del ritmo, perfecto para tu caja de resonancia, y me doy cuenta de que tú no has tenido nada que ver en esto. Me siento en tus rodillas, abro tu tapa y echo a un lado la tosca tela que cubre tus teclas de dominó. Acaricio tu lomo de arce y tus notas de tilo. Primero paso mis dedos por tu teclado sin hacerlo sonar y noto como casi vibra, siento como deseas que te toque, pero no lo hago. He decidido afinarte, tu resistencia metálica choca con mi temperamento matemático, consiste en modificar la tensión de tus cuerdas para que vibren en las frecuencias adecuadas, en las mías.

Coloco sobre ti la partitura de música clásica, sólo para que creas que voy a seguir un plan, te confías y entonces te golpeo con un jazz progresivo, ya eres mío, el nocturno para piano llena las calles. Poso mis pies en tus pedales, tocarte es como montar a caballo, casi te veo relinchar. Ahora mantengo durante un tiempo el mismo acorde. Mi pie sobre el pedal de resonancia libera los apagadores de las cuerdas, la nota sigue sonando aunque he dejado de pulsar esa tecla.

Soy tu mejor solista y ya he logrado, a través de tus formas curvadas por el calor, abrirme paso entre tus bastidores hasta llegar a tu alma escondida. Esto es mejor que el amor, tú y yo hacemos música, tú yo escribimos la historia individual de esta ciudad que nos observa... Ya vienen tus espasmos de siete octavas y una tercera menor, cierro tu tapa y te duermes. Me despido de este público de farolas y charcos y me voy, dejando aroma a marfil y metal en tu somier.

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