viernes, 19 de febrero de 2010

María, por Javier Rey:

MARIA




María es una niña bellísima. María es rubia; sus trenzas, de pan y de oro. María espera, inútilmente; hecha un ovillo, acurrucada en un rincón, sentada sobre el suelo húmedo y frío de gastadas baldosas. María sabe que "él" no regresará jamás, pero espera. Las lágrimas se le han quedado detenidas a las puertas de sus enormes ojos : no es capaz de llorar; al menos, hacia afuera. Ella sabe ...

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Era, ya, bien entrada la tarde.
Dolores permanecía sentada sobre una roca, al borde del mar; la mirada como perdida en el horizonte, y una expresión ausente en el rostro.
Sara, corría descalza por la playa, al encuentro de Dolores.

- ¡ Dolores ! : ¡ el barco; el barco !
- ¿ Qué pasa ?; ¿ por qué gritas tanto.
- ¡ El barco, Dolores !; sigue sin saberse nada.
- ¿ Cómo ...? - Dolores, en realidad, sigue ausente; o presente, pero en otro lugar ... -
- " El Benito", dice que ha oído por la radio de la Comandancia que se han encontra-
do restos de una embarcación, a la altura de Finisterre.
- Sara, ¡ por Dios !, no empieces a dramatizar como siempre. El tiempo es bueno; no
puede haberles pasado nada.
- ¡ Eso !, y tú, tan tranquila; ahí sentada, como si la cosa no fuera contigo. Tu marido
puede estar en el fondo del mar, y tú, ni te inmutas.
- ¡ O el tuyo !
- ¡ O los dos !
- ¡ O ninguno!
- Dolores, ¡ por Cristo bendito ! : ¿ quieres hacer el favor de reaccionar ?
- ¿ Qué quieres que haga...? ¿ Acaso, podemos nosotras hacer algo que no sea espe-
rar ?
- ¡ Ay, Virgen Santísima !, ¡ Dios Todopoderoso !: ¡ que no les haya ocurrido nada. !


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María tiene una manos largas, delgadas y blancas; muy blancas. Sus ojos son como el infinito, pero hacia adentro.
María, tirita en su rincón.
María, espera.
María, sabe.

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Es tarde. Dolores, cansada, temerosa e impotente, regresaba a su hogar; despacio, la vista clavada en el suelo; el pensamiento muy lejos. Estaba borracha de mar; le dolían los ojos de tanto mirar en balde. Y le dolía el alma, de tanto esperar y esperar.
Entró, silenciosa, en su casa. Dirigió sus pasos, como sonámbula, hacia la cocina. Se sirvió un vaso de vino y se sentó frente a la desgastada mesa de madera: testigo mudo y fiel de tantos acontecimientos.
Se quedó mirando, como ida, la desnuda bombilla que colgaba del techo, iluminando el rectángulo de madera sobre el que descansaban el vaso y la botella, mediada, de vino. Pasó así algún tiempo : ¿ segundos; minutos; horas?
De pronto, sintió como una fuerza que tiraba de ella, lenta pero firmemente. Una fuerza que la obligaba a girar la cabeza, hasta detenerse en "aquel" rincón...

- ¡ María, hija !; ¿ qué haces ahí ?

María, no contesta.
María, sabe
María, espera.

Dolores, se levantó, derribando la silla en su atolondramiento. Luego, se acercó, sin prisas, a su hija : quería aparentar serenidad.
Llegó hasta ella y se agachó, para ponerse a su altura.

- María, hija; ¿ qué tienes ?
María permanece en silencio
- María, ¡ por Dios !, mírame.

María, lenta, muy lentamente, levanta la cabeza hasta mirar, de frente, los ojos tristes, cansados y expectantes de su madre.
Se hizo, entonces, un silencio denso, espeso, eterno.
Las lágrimas, gruesas como puños, se deslizaban por las mejillas de Dolores, alcanzando, algunas, sus labios torcidos, apretados, en un rictus de infinito dolor.
Ahora recordaba cuántas veces, bromeando con su hija, le había dicho : " Tus ojos son tan profundos, María ...; son como el fondo del mar "
Hacía unos momentos, esos mismos ojos le habían mostrado la verdad desnuda : flotando sobre esas inmensas pupilas, había visto, claramente, el cuerpo, mutilado por los peces, de su Juan ; en el fondo, muy profundo, yacían los restos del barco naufragado.
Madre e hija, permanecieron, mudas e inmóviles, toda la noche.
Ya amanecía, y la fatiga fue más fuerte que Dolores : se quedó dormida, a los pies de su hija.

María, espera.
María, sabe ...
Sabe que todo es, ya, inútil.
Pero, espera ...


Javier Rey

Campelo : Pontevedra

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